15.11.06

La UE y Turquía: ¿intolerancia religiosa?

Foto: Library of Congress

En 1959 Turquía solicitó ser admitida en la CEE. Recién en la década de los noventa se iniciaron los procedimientos necesarios para ello, lo que exigió a Turquía una serie de importantes reformas. Hoy, tras la reducción de la injerencia militar en el gobierno, tras suprimir los Tribunales de Seguridad –que sentenciaban a muerte sin respetar el debido proceso-, tras relajar las restricciones sobre la libertad de expresión, tras disminuir su presión sobre la población kurda, tras aceptar el plan Annan para la situación de Chipre –plan al que se opusieron los chipriotas griegos-, y a pesar la sostenida disciplina en las finanzas públicas y un crecimiento económico bastante mayor que el promedio de la UE, la admisión de Turquía vuelve a estancarse.

El reciente ultimátum que la Comisión Europea le ha dado al gobierno turco se refiere directamente a la situación en Chipre. La Comisión demanda que los turcos abran los puertos y aeropuertos que controlan, para favorecer a los griegos. Pero el gobierno turco se opone basándose en que la población turca en Chipre está aislada y recibe un trato desigual por parte del gobierno chipriota. La sensación en la cancillería turca es que ya se ha cumplido con lo que correspondía hacer, tras la aprobación del plan Annan, y que el problema son los griegos.

Esta parece ser sólo una nueva excusa. Cuando Benedicto XVI era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sostuvo que la identidad europea era cristiana, señalando que Europa es un continente basado en una cultura común y no en criterios geográficos. El conservadurismo religioso en Europa se opone a la admisión de Turquía, un estado islamista, pese a que el Islam ya es la segunda religión en la UE. Sostener que la identidad europea es cristiana supone que la gran población europea de profesión musulmana que ya es discriminada verá su ciudadanía europea menguada, como si fueran ciudadanos de segundo rango. Esto se disfraza tras el temor al efecto en el mercado laboral de la inmigración turca, pero ese no impidió el ingreso de Polonia, Rumania o los países bálticos: el tema laboral es sólo otra excusa.

¿Qué significa esto para Turquía? La mesura frente a los atentados de los Halcones de la Libertad del Kurdistán –supuestamente la milicia del Partido Laboral del Kurdistán- es un reflejo de la sintonía del gobierno turco frente a las exigencias de la UE. Pero su posición es cada vez más complicada, pues la población siente, con razón, que están cediendo ante la UE sin recibir nada a cambio. Ello podría explicar las recientes declaraciones de Abdullah Gul, el canciller turco, contra los kurdos: serían un intento de mostrar fortaleza en el campo doméstico. No sólo eso: las reformas tienen altos costos políticos, y mantenerlas sin obtener resultados podría ser insostenible en el mediano plazo.

Se puede argumentar mucho sobre la importancia geopolítica de Turquía para Europa–sobre todo para una solución al problema kurdo, la guerra civil iraquí y el equilibrio en el Asia Central-, pero dudamos que los burócratas de Bruselas y la población europea –que debe ratificar varias decisiones a través de referendos- tengan la entereza política, la agudeza y el criterio para admitir a Turquía.

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