27.10.06

El liderazgo brasileño

Un diplomático brasileño me comentó hace poco que una de las primeras lecciones que recibió en el Instituto Rio Branco es que Brasil no aspira a ser un líder, ni mundial ni regional. Eso porque suponer que alguien detenta un liderazgo lleva a establecer relaciones de subordinación entre los diferentes estados, y terminaría dando legitimidad a afanes hegemónicos. Al escucharle, tuve la impresión que sonaba a muy deseable buscar una política de integración más bien horizontal, algo que Brasil viene liderando en la OMC a través del G20.

Tras reflexionar sobre esos comentarios llegué a conclusiones diferentes: sí es deseable que los estados busquen el liderazgo, y Brasil debería hacerlo de forma más explícita. La diplomacia demanda fortaleza a los conductores de las negociaciones internacionales, en lugar de procurar la integración por sí misma. Lo multilateral debe orientarse sobre todo a satisfacer las necesidades de cada estado antes que las de la comunidad internacional. Frente a la innegable importancia de los intereses difusos –terrorismo, lavado de dinero, contrabando-, hay también intereses particulares que cada estado pone en la agenda. Es innegable que en la práctica siempre ha habido estados que actúen como líderes, y seguirá habiéndolos.

Para Brasil las posibilidades de éxito en las negociaciones en la OMC, de ser miembro permanente del Consejo de Seguridad y de avanzar con la estancada agenda de la CSN dependen en gran medida de la voluntad diplomática de Itamaraty para consolidar un liderazgo regional que Brasil ha rehusado. Lograr mayores avances en las duras negociaciones sobre comercio agrícola, en sus planes para aumentar la productividad y en mecanismos que reduzcan la brecha distributiva demandará de Brasil un compromiso político que lo lleve a ser el líder y no sólo un activo integrante de las instituciones y foros correspondientes.

Sudamérica necesita de un Brasil fuerte y decidido, que genere sinergias que beneficien a los diez países con que limita. La CSN no cuenta con una estructura institucional suficiente, pese a que hubo un compromiso en impulsar la agenda común y que ha llevado a la implementación del IIRSA. Lamentablemente esta novísima integración no ha sido seguida en lo político: desde la división que el gobierno de Chávez ha provocado en la CAN, hasta los problemas provocados por Bolivia y Argentina en el suministro energético, además de las diferencias de los países andinos en la negociación de los TLC y la falta de consenso sobre el nuevo miembro del Consejo de Seguridad.

Un gobierno brasileño con una mayor vocación de líder podrá ser un eje integrador para el continente sudamericano. Serviría como equilibrio en el Atlántico, actuando como un nexo comercial y político, uniría el Pacífico a través del IIRSA y conciliaría los desencuentros entre sus vecinos, bajo una política de no injerencia pero siendo un vigoroso mediador de buenos oficios. A partir de un fortalecimiento en Sudamérica, podrá encarar su papel en el G4 y el G20 desde una mejor posición: un influyente líder regional.

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